La rueda del destino IV

– Creo que me he resfriado -dijo Sofía tosiendo-.

Álex le tocó la frente.

-Te noto un poco caliente. Por si acaso, quédate en casa.

Le sonrió y se fue a trabajar.

Esperó hasta que no oír sus pisadas, corrió al baño y cogió el cuaderno.

Empezó a escribir para desahogarse.


Álex impaciente, paseaba por el piso.

Había dejado la nota hacía cuatro horas y no sabía, si en ese periodo de tiempo, Sofía la había visto.

No pudo más, abrió el diario muy deprisa, haciendo que cayera el papel.

Se dio cuenta que no había funcionado ya que, al revisar las páginas, ella había escrito y no ponía nada en la nota.

Otro hecho llamó su atención.

Sofía estaba escribiendo en ese mismo instante, dado que, nuevas letras iban apareciendo delante de sus ojos.

Sin pensarlo, cogió un bolígrafo y escribió “hola” debajo de la última palabra a medio escribir de ella.

La letra de Sofía apareció debajo de la suya.

Tampoco.

Era lógico. Él estaba en el momento actual, ella escribiendo desde el pasado. Con lo que, sus palabras no podían volver atrás. Se tendría que conformar con ser un mero espectador de lo que le iba pasando a Sofía.

Estaba empezando a resignarse, cuando, de pronto, se le ocurrió otra idea.


Hacía buen tiempo, así que decidió salir al balcón para que el sol dorara su piel. Sentía que todo era de locos, echaba de menos al Álex del 2021.

De momento, había conseguido estar en camino de quedar la primera de su promoción en el máster, por lo que, si lo hacía realidad, podría optar a un mejor trabajo del que tenía.

Fue a vestirse, en casa no hacía nada si quería cambiar su destino.

Al bajar por la escalera, tropezó con alguien que entraba por la puerta del edificio.

-Lo siento, no te había visto -dijo él-.

Cuando lo miró a los ojos, reconoció a Ángel, el hijo de la vecina del primero.

Sintió que veía un fantasma, puesto que, en su mente, estaba muerto. El chico tendría un accidente en una carrera de motos y fallecería poco después en el hospital.

-No pasa nada -dijo ella disimulando-.

Él despareció por la puerta de su piso.

Espera ¿A qué día estaban?

Cogió el móvil, era 18 de febrero. Lo que significaba, que él moriría al día siguiente. Podía evitarlo.

A la vuelta de la universidad, vislumbró la moto.

Ángel la había estacionado delante de la ventana de su habitación, por lo cual, era muy difícil llegar a ella sin ser vista.

Tenía que destrozarla, así que, esperó que se hiciera de noche. Álex aún no había vuelto y tampoco se había llevado el coche.

Se sentó al volante meditando lo que haría; si aceleraba y se la cargaba, no podría sacarse el carnet. Aunque, esto fuera por una buena causa, descartó la idea.

Finalmente, entró camuflada con la capucha de la sudadera y las gafas de sol a la tienda de ultramarinos de enfrente; compró alcohol, unas cerillas y para que no se notara, unos caramelos de menta.

La quemaría.

Aparcó delante de la moto y miró hacía la ventana, no vio a Ángel.

Observó alrededor, pero, no había nadie pasando por la calle, por lo que, se tumbó en el asiento del copiloto, abrió la puerta y con los pies, tiró la moto al suelo.

Esperó por si el ruido alertaba a alguien, sin embargo, no vio ningún movimiento.

Luego, ataviada con guantes, le abrió el depósito de la gasolina, que se derramó por el suelo y roció el resto de la moto con alcohol.

Volvió a aparcar el coche en su sitio y se escondió en una de las esquinas del edificio.

Envolvió una piedra con papel de periódico y la encendió con una cerilla.

Antes de quemarse, la lanzó contra la moto y salió corriendo.

Entró por la puerta de atrás del edificio y subió las escaleras lo más rápido que pudo.

Respiró al entrar por la puerta de su piso.

-¿Dónde estabas?

Saltó del susto, no había notado que Álex ya había llegado.

-Lo siento, no quería asustarte -dijo él- es que te he llamado, pero, me saltaba el buzón y estaba preocupado.

-He ido a la tienda de enfrente -le mostró los caramelos- me duele la garganta.

Antes que pudiera decir nada más, les sobrevino un olor a quemado que venía de fuera.

Salieron al balcón y vieron que mientras la moto ardía, Ángel pateaba enfadado una de las basuras y chillaba a su madre.

-No me extraña que le hayan quemado la moto -dijo Álex- ese chico se junta con lo peor de la ciudad.

-Me sabe mal por la madre -disimuló Sofía- no sé por qué tiene que chillarle.

Vieron como llegaban los bomberos e iban extinguiendo las llamas.

-Mañana había carreras en la sierra -Sofía lo miró sorprendida- sé que Ángel competía contra Pablo. Habían apostado fuerte.

Pablo era el mejor amigo de Álex.

-No sé por qué hacen eso, es demasiado peligroso.

-Supongo, que por dinero, adrenalina y mujeres -le pasó el brazo por el hombro- pero, yo ya tengo a la mejor, algún día espero que tengamos dinero y si queremos adrenalina, la podemos conseguir de otra manera.

Los dos rieron.

-Tengo hambre -dijo Sofía-.

-Ya hago yo la cena -contestó él-.


Así que había sido Sofía quien había quemado la moto, pensó Álex dejando el cuaderno a un lado.

Sofía había cambiado el destino a peor.

 Si Àngel hubiera muerto, no habría podido matar a su madre por no darle dinero por otra moto dos semanas más tarde de la quema, tal y como, le aparecía a él en su mente.

No tenía más remedio que probar de entrar en su coma y pararla, aunque, le pudiera ir la vida en ello.

Compró vodka y cogió la caja de Valium que quedaba en el baño. Como sabía el horario de noche de las enfermeras, se coló en la habitación de Sofía sin ser visto y cerró la puerta.

Tenía unas horas antes que entrara alguien, así que, tomó la ristra de Valium y bebió todo el vodka que pudo.

Al cabo de un rato, la habitación le daba vueltas.

Se tumbó junto a ella y le cogió la mano.

Los párpados se le cerraron.


-Estamos estancados, señores -oyó la voz de su jefe- necesitamos otra estrategia para entrar en el mercado.

Estaba en la sala de reuniones de su empresa con el resto de sus compañeros, se fijó en el reloj que colgaba de la pared, eran las diez de la mañana.

¿Qué fecha era? Notó que llevaba el móvil en el bolsillo.

Intentando disimular, lo sacó lentamente, pero, se le resbaló de entre los dedos y cayó al suelo.

Se agachó por debajo de la mesa y pudo llegar hasta él.

-Señor Rodríguez

Metió un respingo del susto y se dio con la cabeza contra la mesa.

-¿Tiene alguna idea de cómo paliar la situación?

Abrió el informe de ventas que tenía delante; en el encabezado, pudo ver que indicaba 19 de febrero del 2016.

Lo había conseguido y sabía la respuesta que debía dar.

-Deberíamos mirar nuevos productos para las renovables, es un mercado en expansión y no tenemos mucha presencia en él.

El jefe lo miró meditando.

-Tiene razón. Redacte un informe y preséntelo el viernes que viene.

Debía ir a ver a Sofía, no podía esperar.

-Así lo haré – se levantó de la silla- perdonen, debo irme.

Salió corriendo de las oficinas para ir al parking de la empresa, pero, se ve que no se había llevado el coche, debían estar mal de dinero.

Cogió el autobús hasta casa, sin embargo, cuando entró al piso, ella no estaba.

Claro, debía estar en la universidad.

Condujo muy nervioso hasta la facultad.

Al entrar y mirar el plano, localizó su clase.

Sin pensarlo, abrió la puerta del aula y todos lo observaron.

-Fuera -dijo el profesor- no acepto la impuntualidad.

Volvió a cerrar la puerta.

Al poco, salió Sofía.

-Alex ¿Ha pasado algo? ¿Qué haces aquí?

No dijo nada, la estrechó entre sus brazos y la besó apasionadamente.

Al fin, estaban juntos.

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