La mentira aprendida VII

Guillermo corría felizmente delante suyo por uno de los senderos del parque.

Habían pasado casi cinco meses desde el funeral y como cada tarde, paseaban por los jardines. Cuanto más lo observaba, más veía el parecido con Felipe. Por eso, ya no dudaba que fuera su hijo biológico.

Su sobrino estaba aprendiendo a quererla y eso, le daba miedo, porque, cuando volviera la madre, no sabía cómo se lo tomaría. Aunque, viendo como había actuado la última vez, le volvería a pedir dinero y se iría.

Poseía una buena fortuna familiar, pero, no podía sangrarla a placer, hablaría con el abogado para estipular una suma anual hasta que Guillermo cumpliera la mayoría de edad. Después, ya sería asunto de él si mantenía a su madre o no.

Llegaron a una zona arbolada y se sentaron en el banco mientras comían los confites.

– Tita ¿Qué es un tutor?

– Un tutor legal, como yo, es quien cuida de un niño hasta que cumple la mayoría de edad. Pero, también, hay un tutor de estudios, como el que tú tendrás de aquí poco, te enseñará a escribir y leer junto más materias, para que de mayor seas lo más instruido posible.

– A la mama no le gusta el colegio.

– Bueno, tú prueba de aprender junto al tutor, a ver si te gusta.

– ¿Puedo jugar en la hierba?

– Sí, ves. Pero, antes que se ponga el sol, debemos volver a casa.

Se quedó sentada mirando cómo daba vueltas por el césped y jugaba con las flores que se encontraba.

Hacía buen tiempo, el sol calentaba sin llegar a quemar y era agradable sentirlo en la piel. Así que, se relajó y Luís volvió a su mente.

No sabía ni con quién estaría ni lo que hacía en ese momento, pero, esperaba que algún día se diera cuenta del error que había cometido con ella.

Si el orgullo no la hubiera vencido, le habría presentado a Flavio y que, Luís por si sólo, se diera cuenta de las preferencias de su amigo, pero, no podía bajar la cabeza, cuando, había llegado incluso a decirle, que el bebé que esperaba no era suyo.

Se acarició el vientre y lloró, ya quedaban sólo unas semanas para que naciera y estaba sola. Suerte que, al menos, tenía a Guillermo.

– ¿Amelia Villaverde?

Giró hacía la voz masculina y se encontró con Gabriel, el marqués de Guzmán. Se levantó para saludarlo.

-¡Cuánto tiempo Gabriel! Ahora soy Amelia, marquesa de Santamaría.

– ¿Te casaste con Luís? Si eráis como hermanos.

– A veces, el amor surge donde menos lo esperas.

– Te veo -miró su vientre- muy bonita.

– Eres muy amable, pero, como es evidente, queda poco para que llegue mi hijo.

– ¿Está Luís en casa? Me encantaría saludarlo.

– No. Está atendiendo negocios en nuestro palacete de la Toscana -quiso cambiar de tema para evitar cualquier alusión a la situación de su matrimonio – ¿Cómo está Belinda?

La cara de Gabriel se ensombreció.

– Murió durante el parto de nuestra hija hace tres meses.

Amelia le cogió las manos y bajó la cabeza.

– Lo siento mucho. No sabía nada.

– He oído que tu hermano también falleció hace poco. Lo siento mucho.

– La vida es una caja de sorpresas, aunque, muchas de ellas no sean agradables.

– Es cierto. Debo ir a casa a ver a mi hija. Cuando Belinda murió, tuve que irme porque no lo soportaba y desde entonces que no he vuelto.

– Parece que aprendiste a amarla.

– Sí, era un poco mimada, pero, acabamos entendiéndonos mutuamente. No podría haber tenido mejor esposa.

– Me alegro mucho.

– Vendré a visitarte alguna tarde de esta semana y podremos hablar con más calma -dijo él-.

Gabriel hizo una inclinación con la cabeza y se marchó.

Cuando llegaron a casa, el niño fue al cuarto de juegos y ella al despacho, el criado le había traído el correo.

La carta de Flavio la hizo entristecer; en ella, explicaba que la echaba de menos, pero, que había visto muchas veces a Luís borracho saliendo de tugurios poco recomendables.

Tenía que aceptar que cada uno haría su vida y ella no le podía decir ya nada.


Luís volvió a beber del cuarto vaso de coñac que le habían servido.

Habían acabado de construir un depósito para el regadío del viñedo. Ya quedaba menos para que comenzaran a embotellar vino propio del Palacete y todo parecía ir sobre ruedas. Así que, tenía más tiempo libre y con ello, volvía Amelia a su mente.

No había podido estar con ninguna mujer en todos estos meses, la echaba de menos con todas sus fuerzas. Pero ¿Cómo perdonar todo lo que ella había hecho?

Había días, en los que estaba a un paso de coger el caballo, presentarse delante suyo y pedirle que lo volviera a admitir en su cama y en su vida. Pero, todo lo sucedido, sumado al orgullo, lo frenaba.

Pensar que él estaba más interesado en una vecina que acaba de conocer, que en ella, era cruel. Sobre todo, cuando llevaba años enmascarando el amor con la amistad.

Su corazón era un vil traidor que latía por Amelia sin que la razón ni la coherencia pudieran hacer nada.

De todo, había algo que no le cuadraba ¿Qué hacía el amante de su esposa en la Toscana dejándola sola para el parto?

– Señor, debe pagar la bebida. Voy a cerrar.

– Marcelo, otra más y me iré.

– Como le he dicho, es la última. Debo ir a casa con mi mujer.

– Suertudo eres, a mí no me espera nadie.

Salió de la taberna tambaleándose y tuvo que apoyarse a una de las columnas del pórtico para no caerse.

En la lejanía, vio varias personas que estaban agrupabas entorno a un hombre que cantaba y tocaba la guitarra, era Flavio.

Fue directo hacía él y le asestó un puñetazo en la cara, pero, Flavio lo esquivó y Luís cayó al suelo.

Flavio se inclinó hacía él y lo levantó.

– ¿Estáis bien Marqués?

– Malnacido, merecías ese golpe, me lo has quitado todo.

Después de decir esas palabras, se desmayó.


Lo despertó un rayo de luz que se filtraba por la ventana, no sabía dónde estaba. La habitación era pequeña y estaba decorada con pinturas de animales exóticos, alguien lo había desnudado y metido en la cama.

Le dolía mucho la cabeza, pero, consiguió vestirse y salir de la habitación.

Cruzó un amplío pasillo y se encontró con el comedor. Allí estaba Flavio desayunando con otro hombre que le hacía caricias en la cara, eso, le extrañó mucho.

Cuando notaron su presencia, el acompañante, se fue.

– Buenos días – Flavio señaló la silla para que se sentara- ¿Quiere un poco de té?

Asintió y el criado sirvió la bebida junto embutido y pan.

– Siento haber intentado pegarle ayer.

– No fue nada. Yo también siento no haberlo podido llevar a su casa, pero, era tarde y empezó a llover.

– Gracias por haberme acogido. En breve, me marcharé.

– Quédese el tiempo que guste.

– No creo que mi compañía sea de su agrado.

– Al contrario, siempre estoy encantado de conocer nuevas amistades.

Era su oportunidad para saber más sobre el amante de su mujer y no pensaba desaprovecharlo.

– ¿Puedo preguntarle por qué no está al lado de Amelia? -Flavio se atragantó- Bien le debe haber dicho que nos hemos separarnos.

– Cierto es que me lo ha escrito -sorbió un poco de agua- lamento decirle, que Amelia y yo, no tenemos esa clase de relación.

– ¿Cómo? -Luís se levantó de golpe de la silla-.

– Estamos muy unidos, lo admito. Pero, no va más allá de una bonita amistad.

– ¿Me está diciendo que el hijo que espera no es suyo?

– Es imposible que sea mío, pues como, antes ha podido observar, prefiero la compañía de hombres en mi alcoba.

Luís abrió mucho los ojos, había estado completamente equivocado.

– ¿Desea un caballo? -preguntó Flavio-.

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